viernes, 8 de mayo de 2009

Tiempos de cambio

Los acontecimientos, como las cosas, no suceden por sí solas. Son necesarias una serie de premisas que pongan en evidencia los cambios, sean del tipo que sean. En la sociedad vasca también suceden esos cambios, porque al contrario de lo que muchos piensan la evolución social también pasa por las márgenes del Nervión o el Bidasoa, sube y baja montes y laderas, penetra montañas por modernas autopistas y trenes de alta velocidad y revitaliza conceptos añejos; vetustos, como las piedras y maderos de los caseríos; desde Neguri hasta Jaizubia.

Muchos supimos que, tras las elecciones del 1 de marzo, acababa de clausurarse una época, un capitulo o lo que fuera de la historia de Euskadi, y que, en adelante, la sociedad vasca tendría que acostumbrarse a vivir en la pluralidad política del momento según la coyuntura que toque. Una pluralidad que refleja una sociedad plural no excluyente. Donde tiene valor la palabra y pierde peso la intolerancia. La misma sociedad que ya no se cree el cuento de que viene el lobo, porque demasiado tiempo ha vivido con el, y a fuerza de convivencia se le pierde el miedo e incluso el respeto.

Los defensores a ultranza de las teorías sabinianas ya pasean la txapela por Benidorm, y no se para el mundo oiga. Han descubierto que tras el etxegarate también hay cosas que merecen la pena, como otros han comprobado que Bilbao no es más que un punto señalado en el mapa, que no se encuentra precisamente en el centro del mundo. Mas cerca de Lepe en lo trivial que de Mondragón. Ya lo decía ese vasco universal llamado Unamuno; viaje usted, vea mundo. Y no porque don Miguel tuviera intereses en una agencia de viajes, sino porque veía la solución a la confrontación entre los verdes valles y las colinas rojas.

En esto llega Patxi López a Ajuria Enea. Un político joven, con planteamientos modernos, al que los puristas tachan de maketo, por representar a un partido constitucionalista, a sabiendas de que lleva Portugalete en el corazón y sangre vizcaína, aunque sea oriundo de esa comarca que entra y sale a Burgos y Cantabria, como un abrazo a las tierras castellanas de Oquendo. Y lo hace auspiciado por otros vascos; como él, que representan a otra parte de la sociedad plural de Euskal Herria, aunque no sean aranistas, relegando a la oposición a los que se creían con el privilegio de ser los creadores de Euskadi, imponiendo a los demás un estilo de convivencia trasnochado y caduco en este mundo globalizado del siglo XXI. Un estilo que no se estila y, que los ciudadanos, incluidos los propios, se han encargado de recordarles a la hora de depositar el voto, haciendo frente común a planteamientos del año de la pera, vagamente sostenidos y que cada vez son menos entendibles. Planteamientos que rompen y aislan, planteamientos que hacen retroceder a una sociedad que se ha caracterizado, durante mucho tiempo, como precursora de un sistema social y económico potencialmente moderno.

Un nuevo modelo político es posible en Euskadi, partiendo de cero o, al menos partiendo de un cambio esperado y anhelado por los que durante demasiado tiempo han tenido que guardarse opiniones, cómo si ellos, por el simple hecho de no entender el nacionalismo exacerbado estuviesen exentos de crítica u opinión. Una difícil tarea para devolver la dignidad al pueblo vasco, tanto tiempo mancillada. Convirtiendo a los vascos en individuos iguales, independientemente de la forma de pensar de cada uno, sin entender como hecho diferencial la procedencia de su abuela, sin etiquetas ni ambages.

Hoy el caserío se esta convirtiendo en casa rural donde conviven individuos de distintas razas y mestizajes, lenguas y culturas. Ya no representa el núcleo matriarcal donde se guardaban los apellidos como si de ello dependiera que girase el mundo o no. La modernidad ha llegado antes a los montes que a las mentes, y desde su perspectiva actual se impone crear una sociedad donde no se tenga miedo ni a lo que viene de fuera ni a lo que está más a la derecha o izquierda.

El pueblo vasco está decidiendo su propio futuro conforme a las reglas del juego democrático. Las mismas reglas que antes eran buenas para otros y que ahora son objeto de pataleta y caen en el infantilismo más absurdo. Esta decidiendo su futuro, pero no un futuro de confrontación y separatismo de su propia identidad, sino construyendo un espacio vital moderno, conforme a los tiempos que vivimos, donde a través del diálogo todo el mundo tenga la capacidad de decidir, sin la necesidad de tener que subir al monte, a no ser que se quiera buscar setas o dar un paseo en plena naturaleza.

Euskadi no es patrimonio de nadie, ni siquiera de los vascos. Porque estaba antes y estará ahí siempre, desde la noche de los tiempos, viendo pasar acontecimientos, generaciones, pueblos y culturas. Entre otras cosas porque es imposible poner puertas al campo. Ahora toca a los nuevos gobernantes esforzarse en dejar generaciones de personas en lugar de generaciones de resentimientos absurdos que ya no forman parte ni de la historia reciente, porque todos los proyectos pueden ser desarrollados utilizando para ello un modo tan eficaz como es la sensatez y la palabra.

(publicado en el Diario Vasco el 20/04/2009)

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