sábado, 9 de mayo de 2009

Pensamiento sobre un patio cordobes


Cuando se pretende apoyar la candidatura de Córdoba como Ciudad Europea de la Cultura para el año 2016, hay que tener en cuenta muchos argumentos que nos sirvan para dotar de base tan loable empeño. Uno de estos argumentos pasa por potenciar e incentivar algo tan genuinamente autentico como son los patios cordobeses y, que tanto nombre y belleza aportan a la cultura y a la historia de la ciudad, de la que forman parte inherente. Los patios cordobeses que en los años treinta iniciaron su andadura para convertirse en arte, son hoy en día un verdadero estandarte para el turismo que busca lo diferente, lo localmente cotidiano. Patios para disfrutar, como reza el titulo que le da a este proyecto la asociación Claveles y Gitanillas.


Hace escasas fechas, con motivo de mi estancia en Córdoba para impartir una conferencia, tuve la oportunidad de disfrutar del acogimiento en uno de esos patios y admirarme de su belleza, de su frescura, de su originalidad que no daña el modernismo ni sucumbe a tiempos idos. De sus colores celeste y blanco, sobre los que tanto se ha escrito, y ello, me dio pie a lanzar unas letras impresas como reivindicación de un arte que debe mantenerse a tenor del enorme éxito y repercusión que están consiguiendo año tras año.


Desde antiguo, en mayo, Córdoba se viste de luz. Esa bendita luz del Mediterráneo, que en época estival, aquí llega a penetrarlo todo, a esclarecerlo todo, espiritualizándolo. Luz que es un estímulo para la vida interior, un frenesí para la exterior, un deslumbramiento de la existencia humana, ante una naturaleza que hace tangibles todas las visiones poéticas que se puedan plasmar. Y el patio; la casa, llena de esa luz y sus sombras, nos da la medida exacta de lo que es y significa para los cordobeses su patio. Los patios cordobeses, como los de toda Andalucía, son originarios de las tierras de Oriente, fieles testigos del paso del Islam, donde es costumbre adornar las casas con enormes jardines de plantas aromáticas y surtidores de agua que sustraen a sus habitantes del entorno árido que les rodea, haciéndoles vivir en un vergel de ensueño.


Los patios cordobeses se encuentran en las casas de la Córdoba antigua, entre calles empedradas y tortuosas, estrechas muchas veces, y fachadas de aspecto ordinario, envejecido, del barrio de las Costanillas, de San Agustín, de San Pedro, del Alcazar viejo, que contrastan con la modernidad contenida del interior. Cuando te acercas a la casa para golpear la aldaba, se te abre una puerta que da paso a donde está esperando el patio; la parte más importante de la vivienda, testigo de la vida de sus moradores, rico en verdor y en flores, con buganvillas sobre el pozo, paredes salpicadas de platos y macetas, mecedoras entre sombras y una mesa central donde se cuentan anécdotas, se toma café o se juega a los naipes, mientras una fuente antigua susurra cánticos del agua. En los balcones que dan a los patios, hay macetas y pájaros cantores, y arriba, el cielo despejado, que, de noche, cubre las cabezas con ramilletes de luceros.


En un patio cordobés, un autentico jardin que incita al descanso, uno cae en la cuenta de que allí se esconde la existencia misma. Con el ruido monótono y lento del surtidor, entre la soledad de silencios perfumados, alterada por el zumbido de los insectos que quieren disfrutar del esplendor de sus flores. El patio no solo es objeto de admiración y detenimiento, es mucho más que eso, es la poesía formal, sin efusiones, con la solidez de las rejas finamente labradas de sus verjas que guarda celosamente el espíritu del cordobés, y con él, el secreto del hombre de esta tierra; estoicos en sus planteamientos filosóficos como Séneca, o poetas espiritualistas como Góngora, otro hijo de ésta ciudad.


El patio cordobés está en calles de piedras gastadas por el paso de la historia, de fachadas y muros de tierra carcomidos por los siglos que han ido pasando sobre ellos. De espíritus arabescos que culminan en su mezquita. En calles donde las noches de mayo se bañan de luz en una calma sedosa, de ensueño, que embriaga de perfume cada rincón.


Córdoba no puede entenderse sin sus patios, como Toledo no puede entenderse sin los suyos. Por eso hacen bien en recuperarlos para el visitante las asociaciones que se dedican a ello, como un reclamo que puede atraer a toda esa masa humana que dirige sus pasos hacia otros lugares y que se pierde la sabiduría y hospitalidad de los cordobeses. La Córdoba del siglo XXI ha dejado perder su antigua identidad a favor de su vecina Sevilla, porque como sucede en otros lugares, a fuerza de vivir en una ciudad museo, se solapa el concepto del mismo y, lo que es peor, nadie parece hacer nada por recuperarlo.


Los cordobeses, como sus patios, viven sobre un universo antiquísimo, de una extraña y poética autarquía, mundo que nada busca fuera de si, que se da a todos, generosamente abierto, pero que en el fondo permanece envuelto en el misterio, a caballo entre dos mundos; el moderno y el de su propia historia, de el que forma parte indisoluble.


(publicado en el Diario de Córdoba el 28/05/2009)

De Pérez Reverte al Capitán Alatriste

Pérez Reverte es un cabrón con pintas, dicho con todo el cariño del mundo. Es un tipo con un par de cojones al que no le importa poner a parir a cualquier hijo de vecino si con ello satisface su ego y nota que sus argumentos le dan por el culo al otro.

Desde hace un tiempo carga la pluma con dardos envenenados y el muy cabrito tira a dar. Y lo hace porque le sobran argumentos y le joden los tontos de baba. Lo hace desde la tranquilidad que da tener el riñón bien cubierto y no necesitar tocarle la espalda a ningún gilipollas de los muchos que abundan en el mundo de las letras. Lo hace porque le sale de ahí, mismamente.

Conozco a Arturo, le llamo así con cariño porque se que no va a leer esto, desde la época en que se pasaba la vida en las guerras y, posteriormente, compartiendo noches y madrugadas; el, a un lado del micro, en radio nacional, y yo al otro lado, de escuchante. En esa época era mucho más comedido porque aún no había dado el salto definitivo a la fama. En cambio ahora se comporta como si él sólo quisiera arreglar el mundo y para ello tuviera que echar a palos a los fariseos del Templo.

Me gustas Alatriste, eres la Biblia en verso y, por eso, con poco acierto, y rompiendo mis reglas tradicionales de compostura didáctica te emulo en palabrotas de diccionario, en la seguridad de que las almas esas que se santiguan por las esquinas de la literatura no acertaran con los blog estos tan modernos que nos estamos inventando.

viernes, 8 de mayo de 2009

Tiempos de cambio

Los acontecimientos, como las cosas, no suceden por sí solas. Son necesarias una serie de premisas que pongan en evidencia los cambios, sean del tipo que sean. En la sociedad vasca también suceden esos cambios, porque al contrario de lo que muchos piensan la evolución social también pasa por las márgenes del Nervión o el Bidasoa, sube y baja montes y laderas, penetra montañas por modernas autopistas y trenes de alta velocidad y revitaliza conceptos añejos; vetustos, como las piedras y maderos de los caseríos; desde Neguri hasta Jaizubia.

Muchos supimos que, tras las elecciones del 1 de marzo, acababa de clausurarse una época, un capitulo o lo que fuera de la historia de Euskadi, y que, en adelante, la sociedad vasca tendría que acostumbrarse a vivir en la pluralidad política del momento según la coyuntura que toque. Una pluralidad que refleja una sociedad plural no excluyente. Donde tiene valor la palabra y pierde peso la intolerancia. La misma sociedad que ya no se cree el cuento de que viene el lobo, porque demasiado tiempo ha vivido con el, y a fuerza de convivencia se le pierde el miedo e incluso el respeto.

Los defensores a ultranza de las teorías sabinianas ya pasean la txapela por Benidorm, y no se para el mundo oiga. Han descubierto que tras el etxegarate también hay cosas que merecen la pena, como otros han comprobado que Bilbao no es más que un punto señalado en el mapa, que no se encuentra precisamente en el centro del mundo. Mas cerca de Lepe en lo trivial que de Mondragón. Ya lo decía ese vasco universal llamado Unamuno; viaje usted, vea mundo. Y no porque don Miguel tuviera intereses en una agencia de viajes, sino porque veía la solución a la confrontación entre los verdes valles y las colinas rojas.

En esto llega Patxi López a Ajuria Enea. Un político joven, con planteamientos modernos, al que los puristas tachan de maketo, por representar a un partido constitucionalista, a sabiendas de que lleva Portugalete en el corazón y sangre vizcaína, aunque sea oriundo de esa comarca que entra y sale a Burgos y Cantabria, como un abrazo a las tierras castellanas de Oquendo. Y lo hace auspiciado por otros vascos; como él, que representan a otra parte de la sociedad plural de Euskal Herria, aunque no sean aranistas, relegando a la oposición a los que se creían con el privilegio de ser los creadores de Euskadi, imponiendo a los demás un estilo de convivencia trasnochado y caduco en este mundo globalizado del siglo XXI. Un estilo que no se estila y, que los ciudadanos, incluidos los propios, se han encargado de recordarles a la hora de depositar el voto, haciendo frente común a planteamientos del año de la pera, vagamente sostenidos y que cada vez son menos entendibles. Planteamientos que rompen y aislan, planteamientos que hacen retroceder a una sociedad que se ha caracterizado, durante mucho tiempo, como precursora de un sistema social y económico potencialmente moderno.

Un nuevo modelo político es posible en Euskadi, partiendo de cero o, al menos partiendo de un cambio esperado y anhelado por los que durante demasiado tiempo han tenido que guardarse opiniones, cómo si ellos, por el simple hecho de no entender el nacionalismo exacerbado estuviesen exentos de crítica u opinión. Una difícil tarea para devolver la dignidad al pueblo vasco, tanto tiempo mancillada. Convirtiendo a los vascos en individuos iguales, independientemente de la forma de pensar de cada uno, sin entender como hecho diferencial la procedencia de su abuela, sin etiquetas ni ambages.

Hoy el caserío se esta convirtiendo en casa rural donde conviven individuos de distintas razas y mestizajes, lenguas y culturas. Ya no representa el núcleo matriarcal donde se guardaban los apellidos como si de ello dependiera que girase el mundo o no. La modernidad ha llegado antes a los montes que a las mentes, y desde su perspectiva actual se impone crear una sociedad donde no se tenga miedo ni a lo que viene de fuera ni a lo que está más a la derecha o izquierda.

El pueblo vasco está decidiendo su propio futuro conforme a las reglas del juego democrático. Las mismas reglas que antes eran buenas para otros y que ahora son objeto de pataleta y caen en el infantilismo más absurdo. Esta decidiendo su futuro, pero no un futuro de confrontación y separatismo de su propia identidad, sino construyendo un espacio vital moderno, conforme a los tiempos que vivimos, donde a través del diálogo todo el mundo tenga la capacidad de decidir, sin la necesidad de tener que subir al monte, a no ser que se quiera buscar setas o dar un paseo en plena naturaleza.

Euskadi no es patrimonio de nadie, ni siquiera de los vascos. Porque estaba antes y estará ahí siempre, desde la noche de los tiempos, viendo pasar acontecimientos, generaciones, pueblos y culturas. Entre otras cosas porque es imposible poner puertas al campo. Ahora toca a los nuevos gobernantes esforzarse en dejar generaciones de personas en lugar de generaciones de resentimientos absurdos que ya no forman parte ni de la historia reciente, porque todos los proyectos pueden ser desarrollados utilizando para ello un modo tan eficaz como es la sensatez y la palabra.

(publicado en el Diario Vasco el 20/04/2009)
BIBLIOGRAFIA DE ISMAEL ALVAREZ DE TOLEDO

Diálogo Interior; ensayo

Asuntos Internos; novela

Sacchetti; novela

Reflexiones frente al espejo de la vida; ensayo

La noche de los ojos tristes; cuentos

Diario de una terrorista; novela

Sentimientos inesperados; poesía



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