Cuando se pretende apoyar la candidatura de Córdoba como Ciudad Europea de
Hace escasas fechas, con motivo de mi estancia en Córdoba para impartir una conferencia, tuve la oportunidad de disfrutar del acogimiento en uno de esos patios y admirarme de su belleza, de su frescura, de su originalidad que no daña el modernismo ni sucumbe a tiempos idos. De sus colores celeste y blanco, sobre los que tanto se ha escrito, y ello, me dio pie a lanzar unas letras impresas como reivindicación de un arte que debe mantenerse a tenor del enorme éxito y repercusión que están consiguiendo año tras año.
Desde antiguo, en mayo, Córdoba se viste de luz. Esa bendita luz del Mediterráneo, que en época estival, aquí llega a penetrarlo todo, a esclarecerlo todo, espiritualizándolo. Luz que es un estímulo para la vida interior, un frenesí para la exterior, un deslumbramiento de la existencia humana, ante una naturaleza que hace tangibles todas las visiones poéticas que se puedan plasmar. Y el patio; la casa, llena de esa luz y sus sombras, nos da la medida exacta de lo que es y significa para los cordobeses su patio. Los patios cordobeses, como los de toda Andalucía, son originarios de las tierras de Oriente, fieles testigos del paso del Islam, donde es costumbre adornar las casas con enormes jardines de plantas aromáticas y surtidores de agua que sustraen a sus habitantes del entorno árido que les rodea, haciéndoles vivir en un vergel de ensueño.
Los patios cordobeses se encuentran en las casas de
En un patio cordobés, un autentico jardin que incita al descanso, uno cae en la cuenta de que allí se esconde la existencia misma. Con el ruido monótono y lento del surtidor, entre la soledad de silencios perfumados, alterada por el zumbido de los insectos que quieren disfrutar del esplendor de sus flores. El patio no solo es objeto de admiración y detenimiento, es mucho más que eso, es la poesía formal, sin efusiones, con la solidez de las rejas finamente labradas de sus verjas que guarda celosamente el espíritu del cordobés, y con él, el secreto del hombre de esta tierra; estoicos en sus planteamientos filosóficos como Séneca, o poetas espiritualistas como Góngora, otro hijo de ésta ciudad.
El patio cordobés está en calles de piedras gastadas por el paso de la historia, de fachadas y muros de tierra carcomidos por los siglos que han ido pasando sobre ellos. De espíritus arabescos que culminan en su mezquita. En calles donde las noches de mayo se bañan de luz en una calma sedosa, de ensueño, que embriaga de perfume cada rincón.
Córdoba no puede entenderse sin sus patios, como Toledo no puede entenderse sin los suyos. Por eso hacen bien en recuperarlos para el visitante las asociaciones que se dedican a ello, como un reclamo que puede atraer a toda esa masa humana que dirige sus pasos hacia otros lugares y que se pierde la sabiduría y hospitalidad de los cordobeses.
Los cordobeses, como sus patios, viven sobre un universo antiquísimo, de una extraña y poética autarquía, mundo que nada busca fuera de si, que se da a todos, generosamente abierto, pero que en el fondo permanece envuelto en el misterio, a caballo entre dos mundos; el moderno y el de su propia historia, de el que forma parte indisoluble.
(publicado en el Diario de Córdoba el 28/05/2009)